miércoles, 1 de abril de 2015

--Creo que esto ha sido una historia de amor desde el principio

Cien noches pasaron, con sus cien lunas. Un crucero y una cita en el Empire State. Una mano que me guió a su cama y que yo seguí hipnotizada. La marea traía resaca y entre la fuerza de las embestidas yo le susurré al oído: “A ti y a mi nos llevan olas sin leyes”. Después de tantos besos, era de nuevo como si fuera el primero y sentí la timidez de desnudar mi cuerpo, porque ya no eran ojos anónimos los que me miraban, sino mis propios ojos reflejados en los suyos, porque ya no éramos desconocidos, ni solo amantes, porque yo le había abierto puertas a mis entrañas que para todos permanecen cerradas. Me pidió que le desnudara, aunque mis manos ya rozaban el mar de sus secretos. Entonces sentí un enorme respeto. Dejó de ser sexo, si alguna vez fue solo eso.

A media luz, a media voz, la fuerza nos invadió y nos dejamos caer uno sobre otro. Torrente de pasión que no se sacia. Aire que mana de una boca a otra y manos que avanzan imparables por dos cuerpos que no se agotan. Los gritos rompieron el silenció sólo rasgado por el ruido de las olas chocando en nuestra barca. Le hice mío y me dejé caer sobre su piel, indefensa.

Le herí los labios de tanto besarle y se hirió mi corazón de tanto amarle.
No hay despedidas más tristes que las que nosotros dos tenemos, porque nunca sabemos si volveremos a vernos, aunque no dejemos de buscarnos, porque hay cosas que se quedan siempre en la esfera de los “pretendos”. Siempre existe el temor, el nunca es una palabra que a los dos nos da miedo. Y aunque siempre tengo espacio en mi cuerpo, no siempre existe el tiempo.

--Yo te quiero a ti – continuó diciendo mientras mis ojos aún no estaban ni abiertos.
Y yo recordé aquel crucero, con Cary Grant y Deborah Kher.
--¿Le quieres?

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