A media luz, a media voz, la fuerza nos invadió y nos dejamos caer uno sobre otro. Torrente de pasión que no se sacia. Aire que mana de una boca a otra y manos que avanzan imparables por dos cuerpos que no se agotan. Los gritos rompieron el silenció sólo rasgado por el ruido de las olas chocando en nuestra barca. Le hice mío y me dejé caer sobre su piel, indefensa.
Le herí los labios de tanto besarle y se hirió mi corazón de tanto amarle.
No hay despedidas más tristes que las que nosotros dos tenemos, porque nunca sabemos si volveremos a vernos, aunque no dejemos de buscarnos, porque hay cosas que se quedan siempre en la esfera de los “pretendos”. Siempre existe el temor, el nunca es una palabra que a los dos nos da miedo. Y aunque siempre tengo espacio en mi cuerpo, no siempre existe el tiempo.
--Yo te quiero a ti – continuó diciendo mientras mis ojos aún no estaban ni abiertos.
Y yo recordé aquel crucero, con Cary Grant y Deborah Kher.
--¿Le quieres?
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